Ya perdí la noción del tiempo y no sé cómo han pasado estos 25 días viviendo nuevamente. Supongo que cada rasgo, cada detalle, cada parte minúscula de su cuerpecito me tiene en un estado distinto...Creo que sólo así puedo, por ahora, definirlo. Es un estado que comienza a presentarse de modo tranquilo, como si no tuviera que hacer nada más para tenerlo todo, pero después es entrar en un momento febril, un momento en que todos los sonidos e imágenes más violentas y fuertes de mi vida se mezclan y se presentan en un sólo segundo y me recuerdan quién he sido y quién soy ahora. No imagino mi vida sin estas sensaciones.
Ahora todo es diferente para mí, pero de algún modo me siento igual que antes, aunque con una felicidad a la que aspiraba e imaginaba distante de mi. Siempre quise saber cómo podría existir una prolongación de mi en este mundo, una parte de mi existencia sin errores, sin equivocaciones, sin ningún momento, ni recuerdo, ni nostalgias, ni alegrías: un ser puro que no conoce de la miseria del mundo ni de la propia...Ahora lo tengo junto a mi; ya me conoce, sabe quién soy, sabe a qué ha venido. Lo amo.
Creo firmemente que no he terminado alguna etapa de mi vida, porque hace algunos días pensé que estaba más vieja, pero no; me siento joven, incluso más que antes. Tengo entre mis manos y dentro de mi el último resultado de la decisión que tomé hace ya tres años; tengo el amor de la persona que más amo, de quien optó por quedarse conmigo, y el amor que originó a mi único bien y el más preciado: la vida de mi hijo. Es lo mejor de mi, y el hilo que nos mantiene atados a la vida. Nuestro hijo es nuestra casa, nuestros recuerdos, nuestros primeros momentos sin saber que pasaría.
¿Qué más decir? Los amo...como en una tormenta eléctrica, como las primeras lluvias que nos sirvieron para lavar nuestra mala suerte.